Los Niños Buenos Vuelven A Casa - por Tomás García Orihuela
Conozco de la Segunda Guerra Mundial en su mayoría gracias a producciones de Hollywood. Esas que mayoritariamente están enfocadas en las heróicas hazañas de soldados aliados en sus campañas Europeas y en el Pacífico. Montecasino, Normandía, las Ardenas, Guadalcanal, Okinawa, Iwo Jima, Midway, Dunkerque. Grandes y cruciales batallas, con despliegue fascinante de armamento y coraje. Junto con el Holocausto y el sufrimiento del pueblo judío, forman la base de mi conocimiento histórico.
Quizá por falta de relatos o gracias a la globalización, últimamente he notado más relatos del lado perdedor: la Alemania nazi.
Tomás es mi gran amigo de muchos años. Lector voraz y fanático de la historia, en especial si tiende a la geopolítica. Hablar con él es abrir una enciclopedia de hechos históricos, que sólo pueden llegar a su memoria cuando algo realmente nos apasiona. De esas pasiones que son únicas de cada quien y que a veces pasan desapercibidas.
Desde que lo conozco, siempre ha tenido fascinación por la cultura alemana y, desde siempre, me ha hablado de su ex-jefe en Caracas, un ex-miembro de las Juventudes Hitlerianas durante la guerra.
Dado la carga histórica del nazismo, es fácil, y sobretodo en una época menos globalizada, pensar en los alemanes con recelo y desconfianza. En Alemania, seguramente, aún existe algo de vergüenza colectiva y generacional de las políticas y acciones de la época. Se generaliza, se mira la historia con gríngolas, se relata desde el punto de vista del vencedor y se juzga al perdedor.
Con menor tendencia lo vemos desde la perspectiva del ciudadano alemán, el soldado de la Wermacht, el operario de la SS o el oficial de la Gestapo. Hay sentimientos humanos genuinos, y razones que, dentro del contexto y tomando en cuenta circunstancias, son válidas para justificar la historia y las acciones que la forman. Deseos de superación, orgullo cultural, inseguridades, traumas familiares, pobreza, tribalismo, fraternidad. Sentimientos que trascienden ideología y raza, y que generan conflictos similares, independiente del contexto.
“Niños buenos” relata a un adolescente como cualquier otro que, por azares de su entorno, acaba en medio de un conflicto de escala mundial. Una situación de máximo estrés donde colisionan dos inmensos mundos: la guerra más grande jamás peleada, con todas sus realidades y crueldades, y el paso por la adolescencia, con sus matices de inmadurez, inocencia y descubrimiento del mundo más allá de nuestro hogar. Un tercer vector, el escenario histórico de la Alemania nazi, orgullosa y derrotada, rodeada de enemigos con sed de venganza y con propios intereses de conquista, tanto ideológica como territorial.
A la edad de 13 ya se ha superado la niñez y se tiene una mente más madura en comparación. Tenemos criterio de qué es bueno y qué es malo, y buena idea de nuestra personalidad. Sin embargo, aún es edad temprana para afrontar el abrumador y trágico entorno en el que se encuentra el Ritzen, el protagonista.
La novela plantea preguntas contundentes:
- Tiene sentido dar la vida por honor?
- Se debe pelear por una causa nacionalista o por los colores de una bandera?
- Puede un adolescente entender realmente lo que significa sacrificar la vida por una causa?
- Hay justificación para que cierto grupo físicamente prevalezca sobre otros?
Con el pasar de los capítulos se ve a un Ritzen que evoluciona, moldeado por encuentros con varios personajes.
Dinter, su sargento y líder, quien funciona como un hermano mayor, admirado por subordinados, pero quien para Ritzen representa la primera gran decepción y choque de realidad. Dinter abandona al grupo, sin mayor explicación. Le demuestra a Ritzen que debajo de cada soldado hay un humano con conflictos éticos, emocionales y de convicción.
Pistol, quien se pasea entre ser el “bully” del grupo y ser la voz del orden militar e ideología nazi. El único del grupo que personifica el “cómo debe funcionar un soldado”. Sin remordimiento, sin miedo, cumpliendo deberes y órdenes. De momentos es inspirador, y si no supieramos el resultado de la guerra, Pistol sería lo más cercano a un héroe. Motivando a sus compañeros de rango, a sus subordinados, exigiendo liderazgo y orden, recordando los mantras y las consecuencias de perder el orden militar. Si el escenario no fuese el de rangos militares, sería un simple “bully”. En este contexto, es lo más cercano a un soldado ideal.
Peter Bräu, su leal mejor amigo y quien reta sus decisiones apenas Ritzen asume el liderazgo abandonado por Dinter. Su confusa muerte, entre accidente y suicidio, deja un Ritzen con mucho remordimiento, preguntándose qué tanta responsabilidad tenía sobre él.
Klara, con quien Ritzen forma una intensa relación de lujuria que él confunde por amor eterno. Es demostración de lo ingenuos e idílicos que somos en el amor, a tan temprana edad. Su desenlace causa a Ritzen uno de los más grandes traumas del regreso a casa. Incluso en situaciones extremas, las emociones extremas nos pueden dejar profundas cicatrices.
El mayor Baker, un oficial americano curioso y con tonos liberales, que indaga las razones por las cuales “purificación” es una de las causas por las que pelea la Alemania nazi. Es él quien desencadena en Ritzen la realización de su gran confusión y conflicto entre adoctrinamiento ideológico y principios personales. Sus preguntas logran Ritzen verbalice su real desprecio del nazismo e internalice la diferencia entre ser nazi y ser alemán.
Jens, su último compañero de viaje, quien acaba recibiendo a un Ritzen endurecido, confiado en su convicción. Un bis de Pistol, con quien vemos a Ritzen actuar con autosuficiencia, al punto que incluso siendo Jens de mayor edad, es Ritzen quien lidera el camino. Lo más interesante es que Ritzen no llega a entender si Jens es su amigo o no. Sí que lo son, pero lo que ocurre es que Ritzen aún se ve a sí mismo como aquel niño asustado y dependiente, mientras que sus acciones van expresando lo contrario y van atrayendo a otro tipo de personas más curtidas y maduras.
El camino a casa, el otro gran personaje. El duro andar entre pueblos destruidos, decepción y apatía, junto con la realidad de saberse perdedores y a la merced de invasores. Un largo trayecto de vuelta a casa áun más traumático que cuando iba en compañía de sus amigos.
La novela pierde densidad en los diálogos, que de momentos son inverosímiles y en ocasiones innecesarios, cuando los personajes exponen el mensaje que ya es evidente entrelíneas. También, en ocasiones, se pierde la naturalidad de un diálogo real entre dos personas.
Donde brilla mucho es en el rol de novela histórica y en la evolución e introspección de Ritzen.
La descripción de la Alemania comprimida por los varios frentes, el soviético y el aliado, es fascinante. Pueblos destruidos, habitantes apáticos, desconfiados o desinteresados, resignados, al borde de la locura. Son relatos y escenarios poco convencionales cuando pensamos en la Segunda Guerra Mundial.
La manera como es relatado Ritzen asimilando su entorno mediante reflexiones, miedos, sueños, recuerdos, es un punto muy disfrutable. La interrelación entre las grandes preguntas de la guerra, los personajes que las llevan y la evolución de un adolescente es sutil y bien llevado.
Hay dos facetas: Ritzen el líder y Ritzen el adolescente. En modo líder, Ritzen evoluciona de un niño que sigue órdenes y depende de su superior, el sargento Dinter, a asumir las decisiones e iniciativas de su grupo. Se convierte, orgánicamente, en el embajador de la decisión de desertar. Luego, de su convicción de buscar a Klara, y de volver a casa.
La faceta adolescente ocurre en los recuerdos de sus inicios en las juventudes hitlerianas, sus reflexiones acerca de Peter, Pistol, Dinter y luego, Klara. Luego, su relación con Jens, el mayor Baker y la señora Bender. Finalmente, en su reencuentro con su madre. Queda muy claro como Ritzen adquiere dureza, y lo interesante es que es un proceso duro y mantenido, con cada vez un mayor reto de crudeza: el asesinato de Woppi, el abandono de Dinter, la deserción de las Juventudes Hitlerianas, el estar bajo fuego por un avión enemigo, el sentir el primer amor a través de Klara, la muerte de su mejor amigo Bräu y su leve responsabilidad en ella, la destrucción de pueblos y familias, el reencuentro con Klara, su violación y muerte, la persecución de los soldados soviéticos, el enfrentar la realidad del Holocausto, el hambre, y, finalmente, el reencuentro con su madre y la muerte de su padre.
El viaje, en partes, es comparable con El Hobbit de Tolkien o La Odisea de Homero. Protagonistas embarcados en el “monomito” que alguna vez describió Joseph Campbell:
A hero ventures forth from the world of common day into a region of supernatural wonder: fabulous forces are there encountered and a decisive victory is won: the hero comes back from this mysterious adventure with the power to bestow boons on his fellow man.